“No soy particularmente bueno en música. La escucho y la aprecio, y hasta llegué posar una vez con una guitarra que Ferrari lanzó una vez. Pero mi talento musical, si se le puede llamar así, termina ahí. Esta es una gran confesión para un brasileño, lo sé. Pero en mi memoria, desde que era apenas un bebé de cuna, los sonidos de mi vida provienen del estruendo bajo el capó y del chirrido de la goma sobre el asfalto. Esta es mi banda sonora. E Interlagos es mi sinfonía”. Así arranca el artículo firmado por Felipe Massa que The Players Tribune publicó la semana pasada, donde el expiloto repasa sus 42 años, su ruta hasta la Fórmula 1 y la relación tan especial que mantiene con el circuito que este domingo albergará la primera de las tres últimas citas del campeonato. El trazado no solo está ubicado en São Paulo, su ciudad natal, sino que también fue el escenario del fin de semana más intenso de su trayectoria deportiva. Un gran premio, el de 2008, que compite directamente en explosividad con el de hace dos años en Abu Dabi, en el que Max Verstappen celebró su primer título de campeón, en aquel controvertido final de carrera que decidió la balanza en contra de Lewis Hamilton. Casualmente, el británico experimentó en aquella prueba una sensación parecida a la que acompaña a Massa, y que le motivó para iniciar un proceso legal contra la Federación Internacional del Automóvil (FIA) y Formula One Management (FOM) —titular de los derechos de explotación de la competición—, al considerar fraudulenta la coronación de Hamilton.
Los abogados del paulista, que en aquella ocasión perdió el Mundial por un solo punto, defienden la ilegalidad de la clasificación final. Alegan que el resultado del Gran Premio de Singapur, famoso por el Crashgate —Nelsinho Piquet se estrelló a propósito contra el muro para facilitar que Fernando Alonso, su compañero en Renault, se impusiera—, debía de haberse anulado en 2009, una vez que se descubrió el montaje orquestado por Flavio Briatore, director de la escudería de la marca del rombo. De no haberse contabilizado ese evento, Massa formaría parte del selecto club de los campeones. “Este año, Bernie Ecclestone, patrón de la F1 en 2008, confesó haber estado al corriente de todo, pero que no actuó porque quería preservar el deporte y salvarlo de un gran escándalo. La única pregunta que debo hacer, y que mis abogados se están haciendo ahora mismo, es: si el Gran Premio de Singapur fue manipulado, ¿no debería anularse?”, cuestiona Massa, en un manifiesto que pretende explicar los motivos de la cruzada que mantiene: “Que te derroten de forma fraudulenta es repugnante. Y esconder la porquería debajo de la alfombra es algo vil. El mundo del deporte necesita una respuesta y se merece una reparación. Yo puedo decir que todavía vivo con un tremendo sentimiento de injusticia”, lamenta Felipinho.
No hay que ser un lince para entender que la causa abierta sobre el desenlace de aquella temporada es un asunto incómodo para la F1, y más aún estos días en los que la caravana se ha instalado en Interlagos. Allí, a tiro de piedra de dónde creció y donde es venerado por los aficionados, la presencia de Massa se ha convertido en un engorro. Tanto, que el brasileño ha confesado su intención de no desplazarse hasta el circuito. Recientemente, el corredor acudía a las carreras como embajador del campeonato, e incluso llegó a oficiar las comparecencias de los ganadores en alguna que otra ocasión. Sin embargo, el conflicto con los órganos de promoción y legislación de la competición le han colocado en otra posición. “Lo único que sé es que la F1 me pidió que no fuera a la carrera de Monza. También iba a ir a la de Japón, y tampoco fui”, reconocía el piloto hace un par de días, en declaraciones a la web Autosport, en las que afirma su intención de no dejarse ver por Interlagos. “Creo que no iré. Entiendo y respeto al máximo el contexto legal del momento, incluso hasta el extremo de no asistir [al evento], por todo lo que está pasando. De todas formas, no he recibido la invitación como embajador”, remachaba Massa.
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