Vamos al fútbol para olvidarnos que al día siguiente hay que trabajar. Con eso alcanza. Pero Piqué quiere ir más allá y pide que nos olvidemos de “la Catorce”. Lo intenté. Fui a ver al Madrid con solo trece Champions, intentando liberarme de la culpa que me producía la Catorce. Pero vinieron a mi memoria aquellas paradas de Courtois (Liverpool), aquel pase de Modric (Chelsea), aquel triplete de Benzema (PSG), aquel descuento frente al City… cuando la lógica ya pareció definitivamente pervertida. Y sobre todo recordé cuando 80.000 espectadores dejaron de ser personas para convertirse en hinchas electrizados.
En todo club, los sentimientos van rodando a través del tiempo hasta que se solidifican y las multitudes terminan sabiendo de qué se tienen que sentir orgullosas y de qué avergonzadas. Los episodios estelares hacen una gran contribución y los de aquellos días fueron inolvidables para el Madrid. De modo que, a pesar del intento, volví a tener catorce.
Un habilidoso responsable
Y ya en el partido, frente al digno pero insuficiente Braga, vimos a un Brahim que le dio a la habilidad otra dimensión. Me gusta cuando lo impensado se impone a lo previsto. A esos momentos estoy más atento que a todos los planes del entrenador. Pero aquel habilidoso de apariencia frágil que parecía jugar con una peonza antes que con un balón y que vivía más de la humillación de los rivales que de la asociación con los compañeros, está desapareciendo. Brahim es un habilidoso con apoyos sólidos para quebrar y velocidad suficiente para escapar. El hilo sigue a la aguja. Pero para ser aceptado por la modernidad le agregó a su juego movimientos inteligentes sin el balón y el cumplimiento de las obligaciones defensivas. Se fue ovacionado por la afición y elogiado por su entrenador. Esto es: dio espectáculo y sirvió al equipo.
La respuesta, antes que la pregunta: no
Decir “lo único importante es ganar”, es como no decir nada. Como decir: “lo único importante es cosechar”. No siembres, no riegues y ya me contarás cómo fue la cosecha. Pero esta es una verdad muy sofisticada para estos tiempos en los que el resultado es Dios. Pierdes tres partidos y todo se descompone. El Sevilla es el ejemplo. Está atravesando uno de esos momentos angustiantes y va agotando decisiones. La directiva ya cambió a un entrenador en el que no creía y trajo otro al que no le salen las cosas. Suturan en un lado y se abre la herida en otro. Lo último fue pedirle perdón a la afición, que es la demostración de hasta qué punto la inteligencia le teme a la emoción. Ahora espera el Betis en un partido de “vida o muerte” ¡de la jornada trece! ¿Es posible jugar al fútbol (bien) en medio de una tensión tan grande? La respuesta venía antes que la pregunta: no.
Un intruso lleno de méritos
Así como en ocasiones el fútbol es una película de terror, en otras es un cuento de hadas. El Girona está alargando el suyo con una audacia insólita, la del humilde ascendiendo por encima de su clase económica. Como el dinero manda, no estamos acostumbrados a verlo. Hace dos años, en la jornada 12 de Segunda División, estaba en puestos de descenso. Hoy, en la misma jornada, comanda la Liga. Un club paciente, un entrenador con talento, unos jugadores convencidos y una ciudad entusiasmada son el energético que les permite invadir un territorio solo apto para ricos. No lo logra racaneando el fútbol, sino con un admirable sentido del riesgo. Llevamos menos de un tercio de Liga, pero le hace bien al fútbol seguir demostrando que dos más dos no siempre suman cuatro.
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