Chiqui Ibai: el nuevo juguete de la RFEF | Fútbol | Deportes

Al nuevo equipo de comunicación de la RFEF le ha parecido buena idea explotar la fama puntual de un tiktoker menor de edad para asociarla a la imagen de la Selección, un movimiento cuando menos osado, viniendo de donde viene la institución en los últimos meses. El crío se hace llamar el Chiqui Ibai, ha sufrido distintos episodios de acoso escolar y viene de adquirir cierta popularidad en las redes gracias al espaldarazo de algunos streamers consagrados. Entre ellos se encuentra Ibai Llanos, de quien recibe el Chiqui la mitad de su alias gracias a un supuesto parecido con defecto de forma: se trata de un niño con un problema evidente de sobrepeso.

“¡¡Dale Chiqui Ibai!!”, anima ese primer enlace compartido por los responsables de comunicación de la RFEF que es un compendio de todo lo que uno no esperaría encontrar jamás en la cuenta oficial de la Selección, comenzando por cierto desprecio hacia la ortografía más elemental. El mensaje se acompaña de un vídeo en el que Chiqui baila como si también a él se le hubiera perdido la coma del vocativo por el camino. A su manera es gracioso, supongo. ¿Pero qué es lo que nos resulta tan gracioso? Quizá sea una de las preguntas que cualquier adulto responsable debiera tratar de responder honestamente antes de poner a un chico indefenso frente a una cámara. Comenzando por los padres, claro está, y siguiendo por los responsables de una federación deportiva obligados a comprender la necesidad de mandar los mensajes correctos a la sociedad.

Cualquiera entendería que no hay mayor problema en invitar al muchacho para que conozca a las estrellas de la Selección. Pero no se trata de eso, sino de buscar cualquier tipo de retorno en su utilización. Conocemos la obsesión de ciertos departamentos por ensanchar las bases y atraer a esa generación perdida que, dicen los expertos, no es capaz de mantener la atención durante los noventa minutos de un partido de fútbol. Incluso podríamos aceptar la idea de resarcir al muchacho por el acoso sufrido en el pasado, aunque sin perder de vista que la atención masiva de las redes sociales tampoco parece el mejor modo de evitar que se repitan en un futuro. Basta con echar una ojeada a las respuestas recibidas en ambas publicaciones para darse cuenta del terreno pantanoso que tendrá que gestionar el muchacho en cuanto se apaguen los focos de su inesperada fama.

También existe la posibilidad de que Chiqui Ibai se consolide como streamer, qué sé yo. Que sea capaz de crear contenidos más allá de una imitación infantil y genere tantos ingresos que termine dando por bueno lo sufrido. O que se convierta en un nuevo Miquel Montoro, aquel niño mallorquín al que la ACB utilizó con bastante éxito en una campaña contra el bullying. Pero también existe el riesgo de su proyección siga la tendencia, el camino más habitual en un mundo tan cambiante y caprichoso como Internet: si todo lo que importa de ti es aquello que compartes en una cuenta de Tik Tok, pronto aparecerán los problemas de autoestima. A ellos, de alguna manera, habrá contribuido una RFEF que no parece tener bastante con tratar de romper algunos de sus mejores juguetes, como ha ocurrido en el caso de las recientes campeonas del mundo, sino que ahora parece dispuesto a entrar de lleno en la fabricación, directa o indirecta, de nuevos juguetes rotos.

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