“Que te jodan, Palestina”. La pintada aparece en varias paredes del barrio Mishor Hagefen de Ofakim 22 días después de que Hamás causara la muerte de 53 vecinos en esta localidad de unos 30.000 habitantes. El odio y la indignación siguen reconcentrados y la actividad en las calles se percibe a medio gas pese a que el Gobierno israelí, a diferencia de otros lugares atacados, no ha ordenado su evacuación. “Necesitamos más armas, más seguridad”, se queja Nadav Wakni, de 22 años, empleado en un local de comida rápida mexicana que asegura que se libró por poco de los disparos. Su petición es apoyada con el asentimiento de varios de sus vecinos. A unos metros de donde el joven muestra los impactos de esas balas de las que escapó, en el muro de una vivienda, se ha levantado un pequeño altar con velas, una gorra de plato de policía, un peluche y una lona con una foto. Es la del agente Ronnie Abohern, uno de los que entregó su vida en defensa de la ciudad.
En el cielo, sobrevuelan y son visibles constantemente los aviones que bombardean de manera incesante la vecina Gaza y cuyas detonaciones se convierten por momentos en la banda sonora de Ofakim. La localidad, en el sur de Israel, se levanta a 25 kilómetros en línea recta del enclave palestino, donde ya han muerto más de 8.000 personas en las represalias por el ataque de Hamás. Ofakim es el punto más alejado de la Franja de la treintena de lugares donde consiguieron golpear los fundamentalistas el día 7, con un balance de 1.400 víctimas mortales, según las autoridades israelíes.
La ciudad despierta poco a poco de la pesadilla, pues para muchos lo ocurrido aquella jornada sigue pareciendo “una película”, como cuenta Patricia Caro, argentina de 66 años llegada a Israel hace 33, que ha vuelto hace unos días a su puesto de trabajo en una fábrica de componentes electrónicos. “Al principio no sabíamos si eran chicos que estaban jugando en la calle, hasta que nos dimos cuenta de que eran terroristas”, recuerda Caro.
El joven Nadav Wakni hace referencia a los años que vivió en Los Ángeles. “Si esto fuera Estados Unidos, tendríamos todo tipo de armas”, comenta. Vive en un bloque de tres alturas cuyas paredes aparecen pintarrajeadas con espray a favor de Israel y contra los “terroristas”. La casa que hay justo enfrente es la del matrimonio formado por Rachel y David Edry. Decenas de balazos dan cuenta de la batalla que se libró en la vivienda, donde cinco integrantes de Hamás se atrincheraron con la pareja dentro durante 15 horas. El lugar es un ir y venir de vecinos, que observan, se paran, conversan… Algo así como un lugar de peregrinación.
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Considerada una heroína nacional, Rachel consiguió con galletas, conversación y canciones entretener a los milicianos y permanecer con vida hasta el momento en que varios agentes de policía y civiles armados vinieron a rescatarlos. Milagrosamente, los cinco atacantes resultaron muertos y el matrimonio rescatado con vida. Uno de los que murió en esa operación es el citado agente, Ronnie Abohern. Varias personas sacan este domingo muebles, todo tipo de enseres, la televisión… hasta arrancan los marcos de las ventanas en un intento de borrar de la casa aquel infausto día.
Las calles de ese barrio de Mishor Hagefen, un santuario del horror vivido, están salpicadas de más lonas con los rostros de los caídos. También esquelas y restos de sangre en la puerta misma de los refugios donde los atacantes remataron a algunos de los vecinos que trataban de ponerse a salvo. Liran Pérez, ingeniero de profesión de 38 años, es uno de los más de 300.000 reservistas repescados tras el 7 de octubre. Se encuentra desplegado en Ofakim junto a otros militares. Hijo de inmigrantes marroquíes que “llegaron en los años 60 a tierra prometida a labrarse una nueva vida”, Pérez entiende que en la ciudad “no habrá vida normal en meses”. “Estos vecinos de aquí enfrente nos dejaron las llaves antes de irse por si necesitamos entrar en la casa para darnos una ducha”, comenta rodeado de algunos de sus compañeros.
En efecto, el ritmo vital se recupera a trompicones, con negocios, empresas y fábricas de productos esenciales reabriendo poco a poco. También se ve circular al transporte público, pero el sistema educativo sigue congelado, aunque se organizan actividades para los niños, explica un portavoz municipal. No ocurre así en Sderot, la ciudad que se levanta a solo un kilómetro de Gaza y que ha sido evacuada, o en los kibutz (cooperativas agrícolas) que rodean la Franja, que fueron duramente golpeados y que hoy son zona militar cerrada desde donde el ejército ha emprendido la invasión terrestre. Estas comunidades agrarias, donde reina la destrucción y el rastro de la muerte sigue presente, ni siquiera pueden enterrar a sus vecinos muertos. De momento, por seguridad, lo hacen de forma provisional en cementerios alejados del enclave palestino.
A modo de terapia curativa, el Ayuntamiento de Ofakim ofrece a los vecinos la posibilidad de permanecer una semana en un hotel lejos de sus casas. Unas 10.000 personas se han acogido ya a este programa, según fuentes municipales. Rachel Marciano, de 85 años y madre de 10 hijos nacidos entre su Marruecos natal e Israel, es de las que tiene claro que no se va a ningún sitio, aunque vive sola. Esta mujer, que llegó a Israel en 1963 procedente de Tetuán junto a su marido “cuando en Ofakim no había nada”, avanza lenta por la calle apoyada en su andador bajo las pasadas de los aviones. Los zambombazos que llegan de los ataques en Gaza ya no la sobrecogen después de tres semanas. “No me asusto, aunque, a veces, se te meten hasta el corazón”, afirma dejando resbalar la mano por el pecho.
Los ojos se le llenan de lágrimas al recordar el 7 de octubre, cuando no salió de su casa, situada a unos 300 metros de donde los milicianos acabaron con decenas de vecinos. “Mataron a mucha gente. A algunos niños los cortaron a pedacitos. Ay, qué pena”, lamenta en perfecto español y sacando a relucir su acento andaluz heredado de los años del protectorado en el norte del reino alauí. “Los moros son mu malos”, remata para referirse a los atacantes de Hamás.
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