Se acerca la Navidad y el fin de año, tiempo de reflexión y balances, sobre todo para quienes pueden tener algunos días de descanso. Siempre mejor afrontarlo de la mano de algún titán. Uno puede ser Eugenio Montale, poeta italiano, laureado con el premio Nobel en 1975, que en la primera poesía de su primera colección —Huesos de sepia— escribió los siguientes versos: “busca una malla rota en la red / que nos oprime, ¡salta fuera, huye!”.
La imagen a la que recurre el poeta suena, un siglo después, de una viveza extraordinaria, tan precisa y fértil, y su exhortación, tan necesaria. Cuando se publicó, en 1925, Italia descendía por la pendiente fascista (Montale fue, ese mismo año, uno de los firmantes del manifiesto de los intelectuales antifascistas). ¿Qué redes nos oprimen en la Europa contemporánea?
Por supuesto, el pensamiento corre rápido a las redes sociales. Aparentemente, ofrecen conectar. En cambio, claro está, buscan hipnotizar, engancharnos, retenernos, y lo intentan con pocos escrúpulos, causando daño de mil maneras, minando la autoestima de las personas, inflamando el debate público, creando burbujas tóxicas y autorreferenciales, cosechando y revendiendo datos personales, erosionando la capacidad de interesarse por otras cosas, concentrarse, profundizar, vivir en el mundo físico. Son tanto más opresoras porque su opresión no se percibe.
También en el campo tecnológico, viene ahora la inteligencia artificial, portadora de enormes promesas —y enormes riesgos—. Nos ayudará mucho, sin duda. Agilizará tareas, aumentará la productividad. Pero: ¿cuántos puestos de trabajo destruirá?, ¿qué impacto tendrá en el debate público, o en el manejo de sistemas de control de armas? Inquieta pensar —como señalaba el historiador de Harvard Niall Ferguson en una reciente conversación con este diario en el marco de una conferencia organizada por la revista El Grand Continent en el Valle de Aosta, en Italia—, qué efecto tendrá sobre las capacidades cognitivas de personas que, ante cualquier problema, antes de razonar, de forma sistemática recurrirán a una máquina en busca de soluciones.
Pero no hay solo redes tecnológicas que oprimen. Las políticas también. Muchas sociedades europeas están cada vez más polarizadas. Los polos se alejan, en una confrontación sin cuartel, que reclama lealtades. Ese reclamo, a veces exigencia, comprime el espacio de debate. No son momentos de andarse con finuras, parecen decir —o dicen—, es el momento de cerrar filas. No solo se demoniza —desde una hueca, presunta, superioridad moral— al bando contrario, sino que se inhibe la crítica de quienes están en el mismo lado, comparten valores, pero discrepan de ciertas acciones. El cierre de filas oprime y traga inteligencia como un doble agujero negro.
En el geopolítico, a los europeos se nos echa encima la red opresora del pulso entre EE UU y China, que siguió su camino en el paso de Trump a Biden, y lo seguirá gane quien gane en las próximas elecciones estadounidenses. Se ciñe estrecho sobre nosotros, ese pulso, porque nuestra dependencia de ambos es enorme, sea en seguridad o tecnología o manufactura.
La esfera de las vidas privadas, por supuesto, tiene sus redes opresivas. Siempre las hubo. Tal vez, una especialmente problemática en nuestro tiempo, ese distorsionado entendimiento del derecho a ser felices, que no acepta la cultura del esfuerzo, que se deshace de la responsabilidad, quemando y tirando por la borda lo que sea, con escasas contemplaciones, en nombre de la búsqueda de una superficial felicidad personal.
Pues ahí están algunas redes opresivas. Algunas pertenecen a los dominios de lo sólido, del poder duro, de las relaciones de fuerza. Otras, a los rasgos específicos del mundo actual, que ya no es líquido, sino directamente gaseoso. Son invisibles, inasibles, serpenteantes. El primer reto, pues, es identificarlas.
A partir de ahí se puede buscar la malla rota. Hacen falta vista, tacto, inteligencia. Dejarse ayudar. El escritor Giuliano da Empoli, en otra conversación en Valle de Aosta con este diario, encendió maravillosamente la luz sobre una herramienta preciosa en esa tarea: la literatura. Porque la literatura, observa Da Empoli, es un arte que nos permite vivir, durante un tiempo, la vida de otros, estar en su mente, probar sus sentimientos, y por esa vía nos permite desvincularnos de esas redes que nos aíslan aunque parezcan que conecten, que nos hacen miopes aunque miremos mucho, nos enredan en un egocentrismo de corto aliento, nos incapacitan, al cabo, a la comprensión y a la empatía.
Esta columna, sin duda, tantas veces se enredó sin saber hallar la malla rota, superar miopía, egocentrismo, superficialidad o falta de coraje. Por ello, hoy, en el titular, distorsiona el verso del gran Montale para usar la primera persona del plural.
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